7/2/11

La lluvia y la muerte


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Es todo un hermoso viaje a espaldas del parabrisas. El 57 a Luján. Está lleno. Es rápido. Pero el olor a muerte puede respirarse en la lluvia que golpea en el parabrisas que está detrás de mi espalda, detrás de mis ganas de frenar de golpe. ¿Frenar de golpe? ¿Acaso soy yo quien tiene los pies atados a los pedales que manejan mi vida? No. No puedo controlar nada. Ni siquiera mis palabras. Ni siquiera el olor a lluvia de muerte en mi espalda a diez o quince centímetros del parabrisas, el paragotas de sangre transparente con sabor a cuerpo de nada, a ganas de frenar. Frenar de golpe. Sí, de golpe. ¿Dónde están los pedales? Ya no están, contesta la parca que va al volante de este 57 a Luján. Es rápido. Es húmedo. Y no frena de golpe. Despacio. Suben dos personas con cara de vida muerta y se paran a mi lado. Curva. Cinco o diez minutos de un silencio trastornado por el ruido del motor. Luján, llovizna, in-cierta sensación de tierra ahogada. Sabor a lluvia con olor a muertos que están a punto de bajarse por la puerta delantera, la única puerta, y el primero soy yo.

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7/02/2011, 8:35 hs.